LA LLORONA
De
los campos a las ciudades emigran muchas jovencitas en busca de su sueño, de
estudios y de tener mejores trajes y dinero para ayudar a sus familias.
Esta como muchas llegó a la
ciudad y se empleo en casa de ricos, enamorándose de su hijo el cual cruelmente
la dejó embarazada y luego la despidió de su trabajo.
No habiendo más que hacer,
se devolvió a su casa escondiendo su hijo bajo su delantal, lo cual no logró
por mucho tiempo, su familia, apegada al cristianismo, comenzó a decirle su
error a todas horas, creándole gran angustia.
Una noche bajo un gran
aguacero corrió hacia el río y pariéndolo lo lanzó a la corriente, al ver lo
que había hecho se lanzó detrás del niño gritando y llorando.
Todavía en las noches de
luna después de una creciente se oye el llanto de esta mujer, y se puede verle
tras el rayo de luna en el agua del río, tratando de alcanzar a su hijo.
Dicen que el señor en su
gran misericordia tendrá compasión de ella y que algún día lo alcanzará,
volverá a la vida y será un gran hombre revolucionario de la sociedad.
En las altas horas de la
noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que
los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que
allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los
frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías,
una voz lastimera llama la atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que
solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y
que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los
labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que
vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido
eterno.
Aquella voz se escuchaba cada vez más cerca de su habitación y Mariangula se
iba poniendo muy asustada ya que se escuchaba los pasos que subían por las
escaleras y la voz se hacía más fuerte:"Marianguuula, dame mis tripas y mi
pusún que me robaste de mi santa sepultura".
Desde aquellos acontecimientos, hay quienes dicen que posteriormente aun
transita por los callejones por las noches.
MARIANGULA DEVUELVEME LAS TRIPAS
La
historia cuenta sobre una niña de una edad de 14 años, su madre vendía tripa
mishqui, (es una comida tradicional que son tripas de res y se las pone sobre
un brasero con carbón caliente para que vaya cociéndose lentamente, de los cual
bota un aroma penetrante), esto se lo vende en una de las esquina de la ciudad
colonial en Quito.
En una ocasión la madre de
Mariangula mandó a comprar tripas, pero como esta niña era muy inquieta se fue
a jugar con sus amigos e hizo caso omiso al mandado de su madre y para colmo se
gastó el dinero para la compra de las tripas.
La niña preocupada por lo
sucedido se imaginaba que su madre le iba a pegar.
Entre la preocupación de la
Mariangula que caminaba por las calles paso por el cementerio, y se le ocurrió
la macabra idea de sacarle las tripas de uno de los muertos que recién lo
habían enterrado las sacó y las llevo a su mamá para que las vendiera y en
efecto logro su objetivo para no ser castigada, las tripas se vendieron muy
bien cosa que a todo el que compraba le gusto y en algunos casos se repitieron.
Ya en horas de las noche, en
casa donde vivía con su familia era una casa tradicional de dos pisos como las
que hay en Quito colonial, Mariangula se acordaba de lo que había hecho. Cuando
de repente escucho la puerta que se abrió fuertemente, ero lo trágico es que
ella era la única que escuchaba aquellos ruidos y los demás seguían muy
dormidos como si no pasaba nada, a pesar de los muchos ruidos que se escuchaba
en la casa.
Cuando los ruidos era muy
fuertes y se podían escuchar con claridad puso mucha atención que decían:"
Marianguuula , dame mis tripas y mi pusún que te robaste de mi santa
sepultura"
Ella se ponía pensaba sobre
lo que hizo y como que podía hacer para salvarse y en especial qué es lo que le
iban hacer estos seres. Cuando de repente encontró una navaja o cuchillo y se
cortó su estómago. Cuando los seres entraron a la habitación de Mariangula
estaba con sus tripas regadas en la cama muriéndose lentamente y estos seres
desaparecieron.
CANTUÑA Y EL ATRIO DE SAN FRANCISCO
Famosa
es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue
construida por Cantuña mediante pacto con el diablo. Ésta relata cómo Cantuña
contratista, atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para
que, a cambio de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos
diablillos trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al
amanecer los dos firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un
lado, y el diablo por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo.
El indígena, temeroso y
resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta de que en un costado de
la iglesia faltaba colocar una piedra; cuál hábil abogado arguyó, lleno de
esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya amanecía y con ello el plazo
caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba insubsistente .
Ahora bien, la historia, a
pesar de haber contribuido al mito, es algo diferente. Cantuña era solamente un
guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado por sus
mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de las huestes
españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito incaico.
La suerte quiso que, pese a
estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el muchacho sobreviva.
De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez, que lo hizo
parte de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi como a
propio hijo.
Pasaron los años y don
Hernán, buen conquistador pero mal administrador, cayó en la desgracia.
Aquejado por las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más
acuciantes. Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le
acercó ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que
haga ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa.
La suerte del hombre cambió
de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal punto que llegaron a
estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que pueda evitar lo
inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la
muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de
gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a los
franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y
autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas,
resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas
preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena
confesó ante los estupefactos curas que había hecho un pacto con el demonio y
que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le pidiese.
Algunos religiosos
compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la persuasión con
Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las continuas
negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y
misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa,
bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios
lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.
LA VIUDA DEL TAMARINDO - GUAYAQUIL
Era
un tamarindo antiguo que existía donde era la quinta Pareja. La quinta Pareja
quedaba donde es ahora la Clínica Guayaquil. Las calles exactamente creo que
son: Tomás Martínez y General Córdova, en esa área. En esa época era una finca.
No era una quinta. Se llamaba quinta y era un lugar abandonado y los tunantes,
o sea las personas que andaban tras del trago, iban solos, y en camino a casa,
miraban una mujer vestida de negro que parecía muy bella. En ese tiempo no
había pues mayor alumbrado. Entonces el tunante, pues, éste que estaba, seguía
¿no? seguía, perseguía a la viuda ésta, a la aparición ésta, y ésta lo llevaba
siempre a un tamarindo añoso lo llevaba allí. Cuando él iba pues, cuando él llegaba
ya casi al pie del tamarindo y luego se volteaba y la viuda había sido una
calavera de la muerte! Una calavera, de decir: itremenda! El tunante caía
echando espuma por la boca.
VICTOR EMILIO ESTRADA Y EL PACTO CON EL DEMONIO
Dice
la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911) era un
hombre de fortuna, acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina
estampa. Las personas de esa época decían que el caballero había hecho un pacto
con el Diablo, y que cuando muriera él mismo vendría a su tumba a llevárselo.
Víctor Emilio Estrada
construyó una tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso.
Al morir fue enterrado en su
tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio
quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no
pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para
que lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde ese día Víctor Emilio Estrada
no descansa en paz y todas las noches sale a las 23 horas con su sombrero de
copa y su traje de gala por la puerta uno del famoso cementerio de Guayaquil, a
conversar con las personas que se detienen a coger el bus en la parada.
LA DAMA TAPADA
Se
dice que la Dama Tapada, es un ser de origen desconocido que se aparecía en
horas cercanas a la medianoche a las personas que frecuentaban callejones no
muy concurridos. Según las historias relatadas por muchas personas acerca de
estos acontecimientos, una extraña joven se les aparecía, vistiendo un elegante
vestido de la época, con sombrilla, pero algo muy particular en ella era que
llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no permitía que las víctimas la
reconocieran.
Al estar cerca de la Dama,
se dice que despedía a su entorno una fragancia agradable, y por ello, casi
todos los que la veían quedaban impactados al verla y estar cerca de ella.
Hacía señales para que la siguiesen y, en trance, las víctimas accedían a la
causa pero ella no permitía que se les acercara lo suficiente. Así, los alejaba
del centro urbano y en lugares remotos empezaba a detenerse. Posteriormente
cuando las víctimas se le acercaban a descubrirle el rostro un olor nauseabundo
contaminaba el ambiente, y al ver su rostro apreciaban un cadáver aún en
proceso de putrefacción, la cual tenía unos ojos que parecían destellantes
bolas de fuego.
La mayoría de las víctimas
morían, algunos por el susto y otros por la pestilente fragancia que emanaba el
espectro al transformarse. Muy pocos sobrevivían y en la cultura popular los
llamaban tunantes.
Por: Leyendas Urbanas del Ecuador