La muerte de Jesús, precedida y
acompañada de tanta violencia es siempre fuente de preguntas muy profundas.
Sabemos que es una fuente de amor pero también nos preguntamos si no había otra
forma de mostrar ese amor, o de dar ese perdón, o de restaurar a la humanidad
caída. San Pablo mismo nos dice que la Cruz es un “escándalo” para los
judíos y una “necedad” para los no judíos, como indicando que
las solas fuerzas de la inteligencia humana nunca lograrán comprender
completamente el por qué de ese modo de salvarnos.
A veces se utiliza con excesiva preferencia uno de los
conceptos que a veces se han propuesto para explicar el misterio de la Cruz: su
muerte fue una manera de “pagar” una deuda. Ante todo hay que tener en cuenta
que esta manera de hablar es sólo eso: una de las
varias propuestas de explicación que se han
dado. No es ni la más antigua ni probablemente la mejor. Cuando el Catecismo de
la Iglesia Católica aborda este interesantísimo tema casi lo primero que dice
es esto:
Este
designio divino de salvación a través de la muerte del “Siervo, el Justo” (Is
53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un
misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres
de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa
en una confesión de fe que dice haber “recibido” (1 Co 15, 3) que “Cristo ha
muerto por nuestros pecados según las Escrituras” (ibidem: cf. también Hch 3,
18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular,
la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf.
Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las
Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios
apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
Lo más asombroso de ese modo de hablar, que finalmente es el
de la Biblia, es que conecta la muerte de Jesús con otras tres cosas: el designio de Dios Padre, la realidad de nuestros pecados, y lo
revelado en la Escritura. Dicho de otra manera: en la muerte de
Cristo hay un designio de Dios que ya estaba expreso en la Escritura. Esto
significa que la pregunta fundamental no es: ¿A quién le estaba pagando Cristo?
Sino: ¿Cuál es ese designio, esa voluntad de Dios, que pasa por el
acontecimiento sombrío y horrendo de la muerte en Cruz?
La muerte de Cristo fue una enseñanza, un sacrificio, una
señal de amor, y un nuevo comienzo en la creación. Veamos estos puntos.
1. Una enseñanza, de varios
modos.
1.1 Nada muestra tanto la gravedad del pecado como ver
aparecer sus consecuencias. Las torturas que sufrió Cristo muestran claramente
a dónde van a parar las traiciones, las mentiras, la cobardía, la mentira, el
orgullo, la envidia, y muchas más iniquidades. Cada llaga en su cuerpo nos
enseña algo.
1.2 Las virtudes que mostró Cristo en su Pasión son las más
necesarias para la vida humana, personal y social: la caridad, la paciencia, el
perdón, la humildad, el defender la verdad, el preferir recibir el mal y no
causarlo.
1.3 Cristo nos enseñó no sólo cómo vivir, sino sobre todo
cómo morir. No importa qué tan duro sea el final de nuestra existencia, siempre
encontraremos consuelo y mucha luz en la manera como Jesús entró en el drama
más grande y más sobrecogedor que todo ser humano puede enfrentar: la muerte.
Su mansedumbre, su confianza en Dios Padre, su oración, su maravilloso
desprendimiento de todo lo terreno son una catequesis inigualable, que
difícilmente hubiera podido darnos de otra forma, si no era muriendo él mismo.
Y el hecho de que su muerte fuera tan terriblemente dolorosa hace que la
catequesis penetre más en nosotros y también que sirva a todo el mundo, pues
todos hemos de morir.
2. La muerte de Cristo fue un
sacrificio, de varios modos.
2.1 En la Ultima Cena, él mismo habló de su cuerpo, que sería
“entregado” y de su sangre, que sería “derramada.” Así mostraba que aquello que
fue el sacrificio del cordero pascual para los israelitas iba a suceder ahora
de una manera “nueva y eterna (definitiva).”
2.2 Prácticamente toda la Carta a los Hebreos describe la
muerte de Cristo comparándola con los sacrificios que ofrecían los sacerdotes
en le templo de Jerusalén. La comparación muestra que todo ha sido mejorado, al
punto que lo antiguo hay que verlo como “sombra” o “figura” de lo nuevo. Véase
por ejemplo Hebreos 10,10.
2.3 El Apocalipsis describe a Cristo varias veces como “el
Cordero Degollado,” un modo muy gráfico de referirse al hecho de su sacrificio.
A la vez, este Cordero Degollado es el que, en virtud de su victoria tiene
autoridad para juzgar a todo poder, pues los poderes de este mundo fueron
incapaces de reconocer y defender la inocencia del más justo entre los justos.
3. La muerte de Cristo fue una
señal de amor.
3.1 Ante todo, el mismo Cristo dijo que “no hay amor más
grande que dar la vida” (Juan 15,13), y es así, porque el que da la vida ya no
puede dar más; lo ha dado todo. El acto de desear sufrirlo todo para que
nosotros fuéramos liberados es un acto de grandísimo amor, purísimo en su
intención, arduo en su ejecución, fecundísimo en su fruto.
3.2 Uno experimenta ese amor de Cristo cuando cae en cuenta
que la oración de Cristo al morir como murió era una oración por ti, por mí,
por cada uno. Todos podemos decir lo que dijo san Pablo: “Cristo me amó y se entregó
por mí” (Gálatas 2,20). La manera de experimentarlo es agradecerle que haya
orado por nosotros y decirle: “Yo creo en el amor redentor que derramaste junto
con tu Sangre en el altar de la Cruz,” o palabras parecidas. Es difícil pensar
en que uno podría tener esa experiencia si Cristo sólo hubiera sido un buen
maestro, o un gran predicador. Lo maravilloso es ver que las obras de amor de
él van mucho más allá de lo que puede decirse con palabras.
3.3 La Pasión misma de Cristo nos describe numerosas muestras
de amor, como cuando curó la oreja del soldado que venía a apresarlo en
Getsemaní (Juan 18,10); cuando oró por los que lo estaban torturando y pidió a
Dios que los perdonara (Lucas 23,34); cuando anunció el paraíso al ladrón
arrepentido (Lucas 23,43); cuando tomó dulce cuidado tanto de su Madre como del
Discípulo Amado (Juan 19,26-27). Esta clase de gestos delicados y a la vez
fortísimos de amor tienen un poder inmenso en el alma humana, si uno los medita
bien. Y es evidente que lo que hace tan elocuente ese amor es que implican
responder con amor al odio, o sea, amar cuando es más difícil, cuando de hecho
parece imposible amar.
4. La muerte de Cristo marca un
nuevo comienzo.
4.2 El mismo Cristo dijo poco antes de morir: “Todo está
consumado” (Juan 19,20). Es una frase que indica un final, y que por lo mismo
anuncia un nuevo comienzo. Nada habla de final tan claramente como la muerte.
No hay tránsito o cambio en la vida que se pueda comparar con lo definitivo, lo
totalizante e irreversible que es el hecho de morir.
4.3 Los evangelios muestran que la muerte no tuvo la última
palabra. Al contrario: el fondo oscurísimo de la muerte hace resaltar al máximo
la luz intensísima de la resurrección. Cuando después de tantas injusticias y
crueldades que sufrió Cristo, él nos saluda el día de Pascua diciendo: “La paz
con vosotros,” nosotros sabemos que de esa paz podemos fiarnos. San Pablo dice
también: “Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que
también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó y nunca más volverá a
morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el
pecado perdió para siempre su poder sobre él.” (Romanos 6,8-10).
Todo eso indica que la muerte de Cristo nos trajo inmensos
bienes, y que por consiguiente,aunque al
principio parezca una cosa absurda, en realidad es la revelación de la
sabiduría de Dios (véase 1 Corintios, capítulos 1 y 2).
Sobre esa base podemos asomarnos a la palabra “satisfacción,”
es decir: ¿en qué sentido tenía Cristo que “pagar” algo? La idea pagar viene de
una “deuda,” que en griego se dice “ofeiléma.”
Este dato es importante porque en la oración de Jesús, el Padrenuestro, decimos
exactamente a Dios que nos libre de nuestras “ofeilémata,” que incluo puede
traducirse como “nuestras deudas.” Pero, ¿qué es un ofeiléma? Es una obligación
no cumplida, una cuenta pendiente, o una deuda.La idea
de fondo es que un ofeiléma es un obstáculo en la relación entre dos personas.
Un ejemplo que me gusta dar, que no tiene que ver con nada de dinero, es cuando
hay dos amigos, digamos, y uno de los dos se entera que el otro estuvo hablando
mal de él. Los dos amigos vuelven a encontrarse y cada uno se da cuenta de que
el otro ya sabe, pero nadie habla del asunto. Obviamente no pueden tratarse con
la camaradería y cercanía de siempre, porque hay “algo pendiente,” hay un
“ofeiléma.”
Si ahora miramos nuestra relación con Dios vemos que el gran ofeiléma es el pecado. Pero no es
simplemente decir: “Peque´, y ahora Dios me perdona, y todo arreglado.” Quitar
un “ofeiléma” es restaurar la confianza, la alegría, el sentir que hay libre y
abierta comunicación, que el amor mutuo fluye con naturalidad. De esto sabe
cualquier persona que haya pasado por esa experiencia de buscar o recibir
reconciliación.
Entonces cuando se habla
de “pagar” o de “dar satisfacción,” la idea de fondo es: “remover los
obstáculos” o también: “abrir el camino” para que fluya la
vida de Dios, o sea, la vida de la gracia, entre Dios y el hombre. No es
exactamente “contentar” a Dios porque estaba “muy bravo,” sino remover por vía
de amor lo que se volvió obstáculo en razón del desamor, o sea de la
deficiencia en amar a Dios como merece ser amado. El “pago” de Cristo fue
entonces sobre todo eso: con el único amor con que ama al Padre nos amó a
nosotros, y con el amor con que obedeció al Padre buscó también que todo lo que
impidiera el cumplimiento de esa voluntad en nosotros fuera removido.
Tales son algunas de las grandezas del sacrificio redentor de
nuestro Señor Jesucristo.
¡Bendiciones!
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