En
1865, cuando Roque Díaz A es comisionado para escribir el Himno, Ecuador es
gobernado por el presidente Gabriel García Moreno.
A pesar de sus coqueteos neocoloniales con Francia, el país al que pidió que
aceptara al Ecuador como protectorado, García Moreno, una vez en el poder, se
preocupó de fortalecer al Estado ecuatoriano, centralizando en Quito al
Gobierno y limitando tanto los poderes locales cuanto las aspiraciones
secesionistas, en especial, provenientes de Guayaquil.
La oficialización de los símbolos
patrios, que inició en 1860, fue un paso en ese sentido. García Moreno,
emparentado con las antiguas familias nobles quiteñas que habían participado en
el 10 de agosto de 1809, se ocupó de promover el recuerdo del Primer Grito de
Independencia, como hecho fundacional del Ecuador.
Otro aspecto influenció también la
redacción de la letra del Himno Nacional. Ecuador, al igual que otros países de
la región, se encontraba oficialmente en guerra con España, pues la antigua
metrópoli había enviado una flota para atacar a Chile y Perú, en el marco de la Guerra
hispano-sudamericana y
se temía que la expedición de castigo de Madrid tuviera el afán de reconquistar
a los países del litoral pacífico.
El coro del Himno describe a la Patria
ecuatoriana y sus atributos. Empieza con un saludo a la manera romana:
"Salve oh patria, mil veces, oh patria, gloria a ti", para luego
describirla como una tierra de paz y felicidad: "ya tu pecho reboza, gozo
y paz" al tiempo que alude al sol equinoccional y las antiguas creencias
prehispánicas de adoración del sol, cuando afirma: "y tu frente radiosa,
más que el sol contemplamos lucir".
El marcado tono antiespañol empieza
en la primera estrofa, que al referirse a los tiempos
coloniales, dice: "la injusta y horrenda desgracia, que pesaba fatal sobre
ti". Varias estrofas están escritas con este acento antiespañol, pero no
hay en el Himno ninguna alusión directa a las culturas prehispánicas, sino
exclusivamente a las guerras de la Independencia. Así mismo, el Himno reitera
el carácter pacifista del Ecuador, pues la guerra a la que invoca es
exclusivamente en defensa de su libertad y soberanía, nunca de agresión o
conquista.
La primera estrofa recuerda también
"el yugo que te impuso la ibérica audacia", al que los hijos de la
Patria (en este caso, los próceres del Diez de Agosto) se comprometen con la
"venganza del monstruo sangriento" y la ruptura "del yugo
servil".
En la segunda estrofa, se alude nuevamente a los próceres
del Diez de Agosto, quienes son identificados como "los primeros, los
hijos del suelo que soberbio el Pichincha decora". Se hace también una
alusión al 2 de agosto de 1810, cuando los españoles masacraron al pueblo
sublevado de Quito: "y vertieron su sangre por ti./ Dios miró y aceptó el
holocausto/ y esa sangre fue germen fecundo/". La alusión se extiende
luego a los ecuatorianos de otras ciudades, como Guayaquil y Cuenca, que se
sumaron posteriormente al proceso de la Independencia: "de otros héroes
que, atónito el mundo/ vio en tu torno a millares surgir."
La tercera estrofa describe poéticamente la Batalla del Pichincha,
en donde ecuatorianos de todas las regiones y americanos de varios países
derrotaron finalmente a los españoles y pusieron fin a la Real Audiencia de Quito.
La batalla, que tuvo lugar en las faldas del volcán Pichincha, es rememorada
con estos versos "De esos héroes al brazo de hierro/ nada tuvo invencible
la tierra/ y del valle (alude a la Costa) a la altísima sierra, se escuchaba el
fragor de la lid".
El carácter libertario de la Batalla
se recuerda de esta forma: "tras la lid la victoria volaba/ libertad tras
el triunfo venía/ y al león (que representa a España) se oía / de impotencia y
despecho rugir".
La cuarta estrofa recuerda el legado de libertad de la
independencia, y, frente a la nueva agresión hispana, advierte sobre la
disposición de los ecuatorianos de defender, entonces y por siempre, su
soberanía: "hoy, ¡oh Patria!, tu libre existencia/es la noble y magnífica
herencia /que nos dio el heroísmo feliz / nadie intente arrancárnosla ahora /
ni nuestra ira excitar vengadora / quiera, necio o audaz, contra sí.
La quinta estrofa reitera la desafiante postura del
Ecuador frente al intento español de reconquista: "Venga el hierro y el
plomo fulmíneo /que a la idea de guerra y venganza/se despierta la heroica
pujanza /que hizo al fiero español sucumbir".
Finalmente, la sexta estrofa presenta una invocación a las
volcanes ecuatorianos, representados por el Pichincha,
para que, en caso de una invasión extranjera, destruyan el país para que el
invasor no pueda apropiarse de él. "Y si nuevas cadenas prepara / la
injusticia de bárbara suerte/¡gran Pichincha! prevén tú la muerte/de la Patria
y sus hijos al fin;/ hunde al punto en tus hondas entrañas/cuanto existe en tu
tierra, el tirano/huelle solo cenizas y en vano/busque rastro de ser junto a
ti".
En esta estrofa, podría encontrarse
también una alusión a la resistencia de los indígenas a los conquistadores
españoles, pues en 1534 el volcán Tungurahua hizo erupción, mientras Rumiñahui incendiaba la ciudad de Quito para
no dejarla a las tropas de Sebastián de Benalcázar.